Se asomaba cada noche a la ventana para contar estrellas, cuando llegaba a mil, pedía un deseo, pero nunca se cumplía, las palabras se las llevaba el viento.
Suplicaba cada momento no estar postrado allí, poder escapar. No era feliz, las circunstancias no lo permitían, pero lo había sido tantas veces. Recordaba momentos con tanta felicidad que parecía haber escalado el Himalaya y tocado el cielo con la punta de los dedos.
Creía en los finales felices, en lo correcto y ordinario, amaba los números y viajar. También creía en el amor y luchaba por el equilibrio, así como por lo insostenible. Tenía sus principios, era un valiente príncipe, un sabio rey.
Nada tenía que envidiarle a nadie, para él, tenía todo lo que necesitaba.
Todo se truncó, se tornó el cielo gris, pero continuó siendo el mismo, intentando trasmitir equilibrio.
Así llegó la oscuridad, no quería escapar, solo dejarse llevar y así, flotando en una brisa suave, como envuelto en paños de seda, se cumplió uno de sus deseos.
Nació una estrella, brillaba más que ninguna, como una supernova que nunca iba a desaparecer. Allí continúa, sin moverse, brillando cada noche como si de una esencia se tratase, parece suspirar palabras de aliento. Y allí seguirá, sin moverse, brillando sutilmente y dando aliento y calor a todos aquellos que piden deseos y, sobre todo, a todos aquellos a los que repartió su amor cuándo aún había luz,es decir, otra luz diferente a la luz anterior pero que todavía seguía siendo muy especial, tan especial como un foco en el centro del escenario, que despertaba emociones y sentimientos allí donde enfocaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario