miércoles, 14 de marzo de 2012

Reflejos de la realidad.

La marea cubría los talones de Margaret que veía como la espuma del mar esperaba a su lado a ser recogida por una ola que pasara por allí.
Puede que fuera enero y que estuviera lloviendo, pero parecía no importarle, sus lagrimas ya habían empapado cada palmo de su vestido blanco que ahora lucía pegado a su delgada figura.
Nunca se había sentido especial, tan solo en ese lugar, tan suyo y tan propio que nunca nadie había logrado descubrir donde pasaba largo tiempo de la semana.
Nunca se había sentido tan desdichada, o quizás no lo recordaba, pero al menos estaba segura de que era la primera vez que había visitado su lugar con semejante estado anímico.
Parecía que las piedras reflejaban la palidez y las olas su debilidad, la arena trataba de absorber su esencia o al menos era la sensación que ella tenía.
En ningún momento de su vida había imaginado que se sentiría así, pero tampoco contaba con la fuerza de los sentimientos.

Arrojó su conciencia al mar y dejó que su océano de emociones la embargara, y así se sumió en el estanque de la pena, pasó horas, segundos, minutos en el mismo sitio creyendo que todo aquello en lo que había tenido una fé firme se derrumbaba.
Y finalmente decidió que no valía la pena seguir lamentándose.


Continuó con su vida como si de un comienzo se tratase, pero ahora no sería tan ingenua, porque ya no creía en el amor.

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